Por suerte, estos templos del consumo, anémicos de sociabilidad y de individualidad consciente, envejecen deprisa, pareciendo sufrir la misma obsolescencia programada que los objetos que venden y las modas que propagan; y gracias a su amortización veloz ofrecen la oportunidad de la recuperación del espacio que ocupan para orientarlo a la implantación de actividades de utilidad cultural, social y ecológica.